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ANDENES
Andenes es una pequeña ciudad màgica. O talvéz encantada. Y es también difìcil llamarla ciudad. De todos modos, es digno de nota que viajando a lo largo de la vìa del nord, cada palabra cambia de significado, comprendida la definiciòn antedicha, de ciudad. Si, a lo largo de la vìa del nord, que trepa sobre la columna vertebral de la peninsula escandìnava, es decir, recorriendo la ruta E6. Y una véz que ya haz pasado Trondheim y, aùn màs, cruzado también el invisible confìn del Cìrculo Polar Artico, es siempre màs difìcil insistir con el uso comùn de las palabras. El significado de un término, cambia.
  Es difìcil, por ejemplo, en la segunda mitad de Junio, “conradianamente” hablando, citar las tinieblas de la noche, siendo que a la una del recién nacido dia, el sol esplende en el cielo, prepotente y claro. Difìcil o imposible es también tener en consideraciòn la luz del dìa en pleno invierno, allì donde, en pleno invierno se vive con las luces encendidas mientras todo en torno es envuelto por la oscuridad. Y, en el contexto de una tal lògica, por ciudad se entiende un lugar densamente habitado y que en otra parte podrìa ser llamado solamente aldea, pueblo.
  Andenes, por lo tanto, merita con dignidad plena de llamarse ciudad, con puerto y aeropuerto, aunque si desde un punto de vista continental sean solo cuatro casas y un faro, trepados a la cima del diente canino de una isla asomada sobre el océano.
   Yà, Andenes!
   Andenes te sorprende, te prende de contrapié. Andenes es desierta, siempre, o mejor dicho, infùrian las gaviotas, che anidan tranquilamente sobre las casas, te atacan a lo largo de la calle principal, para defender sus pequeños, encondidos entre las canaletas de los techos.
   Andenes es impenetrable. Tu caminas a lo largo de las vacìas veredas y te preguntas dònde serà la peatonal y dònde se encontrarà la plaza principal y en general, dònde es el centro, los negocios, la gente. Pero después de tres dias de estadìa en Andenes, la pregunta cambia y te preguntas màs bién, si en realidad los verdaderos habitante de Andenes no sean los muchos espìritus inquietos de las muchas ballenas que en lo siglos, la mano del hombre ha exterminado. O si talvéz no sea una forma de reencarnaciòn inversa, no de humanos reencarnados en los animales, sinò los espiritus de las ballenas reencarnadas en los humanos. Cierto, de aquellos pocos, poquìsimos humanos que cada tanto encuentras, dentro de los tres o cuatro negocios existentes. O en los humanos dentro de sus casas, que tù no los ves, pero que de sus ojos adviertes el peso sobre tus espaldas.
   Pero después vuelves con los piés sobre la tierra, en la aspereza de la cotidianidad, cuando sientes la voz del italiano de turno, que sale furioso de la oficina desde donde parten los fotos-safari a las ballenas, porque ha gastado màs de lo previsto.
   Màs, alejàndose de aquél ùnico punto colmo de gente, de autobùs que vomitan turistas en continuaciòn, sobre todo japoneses e italianos, y dejàndose a las espaldas las casas rodantes, generalmente de italianos y alemanes, encuentras la magìa de Andenes, en sus pequeñas playas blancas, en las bajas y dentadas asperezas que disegna el horizonte, en los pequeños jardines de las casas, con triciclos que yacen inmòbiles y dònde no se oye voz humana, casi como si se fuese caìdo en uno de aquellos film de cienciaficciòn donde la poblaciòn es raptada y trasladada dentro quizàs cual mega-astronave, por rayos transportadores. Y encuentras muelles y escolleras infinitas que te llevan a la nada y el lìvido, el lìvido océano que se pierde en el horizonte.
   Andenes.
   Andenes, con sus pequeñas casas en serie, multicolores, y los silencios encerrados detràs de las inmaculadas cortinitas blancas, Andenes espera.
   Andenes espera talvéz el retorno improbable de los marineros de épocas lejanas, de antiguas luchas perdidas en el tiempo contra el Leviatan, contra el fastasma de Moby Dick.
   Andenes espera. Trepada en la cima de la Isla de Andoya, como una gaviota sobre un lampiòn. Andenes espera. Cierto, aquella espera era mucho màs exasperante en los tiempos en que en su puerto se embarcaban los hombres para una caza peligrosa y un retorno incierto. Y esposas e hijos que esperaban, escudriñando el mar.
   Otros tiempos. Ahora la caza es organizada del Andenes Whale Center o Hvar Safari, centro de bùsqueda auspiciado por el WWF, que organiza expediciones de pocas horas con naves extracolmas de turistas armados, no yà de arpones, sinò, de binòculos y màquinas fotogràficas con potentes zoom. Y si tienes suerte, un dia de sol radiante te regalarà imàgenes encantadoras, con ballenas que melindrean antes la mirada escrutadora del turista ecològico. Pero si tienes aùn mucha màs suerte, un dia de viento y de lluvia te restituirà la antigua fascinaciòn marinera del faro azotado por las gélidas ràficas que descienden del Océano Artico y el refocilo amigo, delante a un humeante plato de sopa de pescado en el Restaurante Mea, y el eterno devenir del mar en tempesta y los asfaltos lùcidos donde se reflejan las luces de los lampiones, olvidando el resto del mundo en algùn bungalow impregnado del olor del leño de pino, los vidrios jaspeados por la lluvia, de las ràfagas que empujan contra, las gotas que descienden de las nubes y que salen de los abismos marinos.
Andenes. Y te pierdes entre sueños y recuerdos, entre fantasias y espejismos.
Andenes. Ciudad de las ballenas.

Gianni Nigro - Traduccion de Juanita Trinidad



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